martes, 27 de julio de 2010

No a la prohibición de los toros

Nadie más poco amigo de los taurinos que yo. Siempre me ha repateado los hígados que se les llene la boca hablando de arte cuando de lo último que se trata es de eso. Hablemos claro: les gusta ver cómo se tortura a un animal al mismo tiempo que hay un ser humano (imbécil por regla general) que se arriesga a ser empitonado. Esto último es el aliciente fundamental. Si realmente les interesaran las verónicas y demás suertes taurinas, hace tiempo que no hubieran tenido ningún inconveniente en ponerle bolas en los cuernos al toro o un traje de algún material resistente al torero que le protegiera de una posible cogida.

No es arte ni cultura. El problema de las palabras arte y cultura es que son palabras anfibológicas. De eso se aprovechan los fanáticos de la tauromaquia.

En su definición artística, arte es el acto o facultad mediante los cuales, el hombre valiéndose de la materia, de la imagen o del sonido, imita o expresa lo material. En este sentido no hay un ápice de arte en la tauromaquia. El problema es que la palabra arte tiene otras dos acepciones en las que sí encaja: 1. Virtud, disposición y habilidad para hacer alguna cosa. // 2. Conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer bien alguna cosa. Obsérvese que ambas definiciones se refieren a “alguna cosa”. En el caso del toreo esta cosa es, como ya decía al principio, torturar a un animal hasta que se muere al mismo tiempo que un imbécil se juega la vida.

Con la palabra cultura pasa otro tanto. Según una de sus definiciones, la cultura es el resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio las facultades intelectuales. En este sentido, el toreo no es cultura. La otra acepción de cultura es la antropológica: conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una sociedad y una época. Desde esa perspectiva sí podemos decir que forma parte de nuestra cultura, de la misma forma que es cultura escuchar la música en un mp3, tirar arroz en una boda o irnos de vacaciones a la playa en verano.

La tauromaquia, pues, no es cultura en el sentido estético ni intelectual, sino que forma parte de nuestras carpetovetónicas tradiciones. Es curioso que en muchas de esas maravillosas tradiciones nuestras las víctimas sean los animales: tirar una cabra desde un campanario, arrancarle la cabeza a un ganso, ponerle fuego en los cuernos a un toro… Eso habla mucho de la poca sensibilidad que se ha tenido hacia los animales en este país a lo largo de los siglos.

A mí las prohibiciones no suelen gustarme. Son imposiciones por la fuerza que, normalmente, no resuelven los problemas. Lo prohibido siempre tiene un morbo y una emoción que sublima aquello que intenta erradicar. Si prohibieran las corridas de toros en Cataluña, no sería raro que un montón de catalanes que hoy no van a los toros terminaran haciendo el esfuerzo de ir a otra parte de España para disfrutar de un espectáculo proscrito.

Las nuevas generaciones no van tanto a los toros y los taurinos se están empezando a poner nerviosos. Probablemente mucha gente no acude a este espectáculo sangriento y cruel porque ama a los animales y su sensibilidad le impide disfrutar de esa impúdica tortura. No manejo datos al respecto, pero creo que en las últimas décadas España ha mejorado mucho en el respeto y sensibilidad hacia los animales. Yo me crié en un pueblo en el que se veía totalmente normal apedrear a un perro callejero o ahogar una camada de gatos en un cubo de agua. No recuerdo que nadie, cuando era pequeño, llevara a sus animales domésticos al veterinario. Hoy, sin embargo, a pesar de que un montón de capullos siguen abandonando a sus mascotas para irse de vacaciones, hay un considerable avance en este sentido.

Si prohíben los toros en Cataluña, va a ser por culpa de un sentimiento nacionalista mal entendido. Los políticos catalanes prohibirán los toros con el fin de conseguir que su región se diferencie del resto de España en una de sus tradiciones más representativas y arraigadas. Yo, de alguna manera, me alegraré, pero no es ese el camino para acabar con los toros.

Educación es lo que hace falta. Sensibilidad y respeto hacia los animales. Ese es el camino. Hará falta mucha paciencia y la muerte de algunas generaciones para vislumbrar el final de la lidia, pero no veo otro camino que no provoque un trauma social y económico. No olvidemos que los toros son un negocio al que están vinculados muchos trabajadores de forma directa o indirecta.

Y si, con todo, los españoles siguen yendo a los toros, tendremos que resignarnos. Vivimos en un país en el que la educación es gratuita y, sin embargo, Belén Esteban tiene una audiencia desproporcionada en la televisión. Somos nosotros, los telespectadores, los ciudadanos, los que impedimos que Telecinco mejore su programación. Cada sociedad tiene la cultura que se merece. Y aquí podemos utilizar la palabra cultura en sus dos acepciones. Piénsalo antes de darle al cinco en tu mando a distancia. Piénsalo antes de ir al cine a ver la nueva entrega de Torrente. Piénsalo antes de comprar un abono para Las Ventas en San Isidro.

miércoles, 7 de julio de 2010

Cuentos con moraleja: El hijo del búho

El cuento del hijo del búho lo encontré en una colección de cuentos que recopiló Jean-Claude Carrière, más conocido por su faceta de guionista, en muchas ocasiones con Luis Buñuel. Carrière se pasó muchos años recopilando cuentos de todo el mundo y los publicó en un libro muy recomendable titulado “El círculo de los mentirosos”, que aquí publicó la editorial Lumen. No es el único relato que rescataré de esta colección, que Carrière tiene un paladar exquisito para reconocer los buenos cuentos y la capacidad de condensarlos para dejarlos en su esencia.

Lo escribo, como siempre, al dictado de la memoria:

Una noche se encontraron dos búhos que eran amigos de toda la vida, pero que hacía tiempo que no se veían. A uno de ellos se le veía especialmente radiante de felicidad y el otro le preguntó qué le pasaba.-Acabo de tener un hijo -respondió-. Y es un niño maravilloso, guapísimo, extraordinario.El otro búho no se mostró tan entusiasmado. Esto fue lo que le dijo:-Mejor espérate a que amanezca para poder verlo mejor.

Quería contar esta historia para dedicársela a todos mis amigos búhos y búhas que acaban de tener descendencia. Este fin de semana, sin ir más lejos, he quedado a comer con un grupo de amigos de toda la vida que últimamente veo menos, justamente desde que quisieron que el género humano no se quedara sin su aportación particular y decidieron procrear. Será una comida animada, con un montón de críos cagones y babosos gritando y reivindicando el ombligo del mundo. Con todo, he de reconocer que son unos niños maravillosos, guapísimos y extraordinarios. Al menos hasta que amanezca.