lunes, 8 de junio de 2009

Mi culo es más listo que mi cabeza

Mi abuelo murió con poco más de cincuenta años. Fumaba mucho y reventó. Mi padre -su hijo- siguió sus pasos. Incluso batió su marca, pues murió con un año menos que mi abuelo. No hace falta decir que la causa de la muerte fue la misma. A mi abuelo no lo conocí, pero doy fe de que mi padre se fumaba cuatro o cinco paquetes de Celtas Cortos sin boquilla cada día. Mi padre no aprendió mucho del suyo ni yo del mío. Nuestra rama familiar debe tender a la autodestrucción porque yo –a pesar de ser consciente del historial clínico de mi familia y de que la forense que le hizo la autopsia a mi padre intentó persuadirme de que no se me ocurriera fumar nunca- terminé fumando. Aunque solo fue algo pasajero.

Dejé de fumar porque mi cuerpo no lo resistía. Si todo hubiera quedado en la amenaza de una muerte atroz a edad temprana, seguro que seguiría fumando. Y la posibilidad de un cáncer en un plazo “sine die” me hubiera dejado totalmente indiferente. ¿Es que acaso mi cerebro no podía procesar correctamente esa información y sacar conclusiones? Sí, por supuesto, como el de la mayoría de los fumadores. Pero no es suficiente. Por todo esto entiendo y respeto a los fumadores. Yo soy un fumador en potencia. Fue mi cuerpo el que me obligó a dejar el tabaco. Se ve que en mi familia los organismos están perfeccionándose de generación en generación para poder luchar contra nuestras perniciosas mentes. ¿Cómo impidió mi cuerpo que siguiera haciéndole daño? Haciéndome daño él a mí. Muchas veces la mejor defensa es un buen ataque. Me castigaba con terribles ardores en el pecho que en ocasiones llegaban a provocarme fiebre. Recuerdo que a mi padre su organismo también lo castigaba con toses terribles y flemas constantes, pero no fueron suficientes para frenarle. Pudo ser una cuestión de orgullo. Mi padre siempre antepuso las virtudes del intelecto a las más pedestres del cuerpo. Alguna vez todavía me atrevo a echarme un cigarro cuando voy cargado de copas, pero sé que al día siguiente tendré que pagar las consecuencias.

Me ha gustado siempre comer: comer mucho, comer de forma desordenada, comer a deshora y hacer mezclas explosivas. Me estoy quitando. Desde hace tiempo ni como mucho ni me puedo dar grandes atracones. Me pongo malo. Si cometo algún exceso alimenticio, mi cuerpo también me castiga. Puedo tener digestiones infinitas. En el mejor de los casos, porque lo más normal es que termine, a altas horas de la noche, vomitando o con diarrea. Paliar los efectos de los atracones con Almax hace tiempo que no me da resultado. Tantas veces lo he pasado mal en el escusado que ahora tengo mucho cuidado de según qué excesos. El único remedio que me funciona es el autocontrol. En estos últimos años he engordado. No como poco, pero sí bastante menos que hace diez años. Supongo que en este caso mi cuerpo también me protege de mí mismo. No quiero ni pensar las dimensiones que estaría alcanzando si siguiera comiendo al ritmo que lo hacía en mis años mozos.

Con las drogas y el alcohol me viene pasando lo mismo. Últimamente no soporto las resacas. Aunque sean tranquilas, abúlicas y televisivas. Me fastidia tirarme todo el día frente a la televisión porque el cuerpo no me da para más. No me compensa. Y evidentemente mucho menos si conllevan otras fastidiosas alteraciones de mi organismo: agotamiento, insomnio, somnolencia, náuseas, estreñimiento, diarrea… Los desajustes intestinales son los que más me afectan. Y mi cuerpo lo sabe. Cuando no puedo dejar de ir a cagar o me tiro sin cagar tres días por un estreñimiento contumaz, es cuando más escarmiento. Un ser vivo tiene que tener armas para su autodefensa, como las púas del erizo o los dientes del lobo. El dolor puede ser el arma que utiliza nuestro cuerpo para salvaguardarse. Las personas que pierden la sensibilidad al dolor pueden cortarse un brazo sin darse cuenta o salir ardiendo a lo bonzo como si tal cosa. El dolor protege nuestro cuerpo de los ataques externos. A mí mi culo, que castiga mis excesos con diarreas o estreñimientos, me está salvando de mi cabeza. Porque si yo me sometiera a todos los excesos que se me pasan por la mente probablemente ya habría reventado.

Por eso creo que los que juzgan a las personas que no pueden controlar sus adicciones y les dicen que no tienen cabeza, se equivocan. Lo que no tienen es un organismo que haya desarrollado recursos de autodefensa. Creo que conservo la misma mentalidad kamikaze de la que puede presumir mi árbol genealógico, pero mi cuerpo ha desarrollado mecanismos de supervivencia.

Me estoy convirtiendo en el tipo de persona que siempre desprecié y no puedo hacer nada para evitarlo. Vivo coaccionado por mi cuerpo. Le tengo miedo. Sé que vigila cada uno de mis movimientos. Y cada vez tengo menos aguante para soportar los castigos que me inflige tras cometer excesos. Estaréis pensado que lo que pasa es que estoy mayor. Yo, sin embargo, pienso que lo que sucede es que en todos estos años mi cuerpo ha aprendido a defenderse. La mecánica del cuerpo controla cada uno de los procesos químicos que regulan mi organismo. La mecánica del cuerpo. Al final la mecánica se está imponiendo a los desajustes que provocan los cortocircuitos que se producen en mi cerebro.

Mi cuerpo gana la batalla de momento. Aunque es cierto que mi cabeza no deja buscar argucias y subterfugios para burlar su estricto control. La típica historia del padre severo y el mocoso desobediente.


APOSTILLA (14-6-2009): Anoche estuve de concierto y me apreté varios cubatas (cargaditos), de vodka para más señas. Hoy, como era de esperar, al despertarme me dolía un poco la cabeza. Pero me lo pasé tan bien durante el concierto trasegando cubatas que, la verdad, compensa. Intestinalmente estoy bien. Lo que significa que bebí con cabeza.

Para terminar os dejo un truco para combatir la resaca. Hoy lo he utilizado por segunda o tercera vez y realmente funciona. Ahora mismo, y son poco más de las 12 del mediodía, estoy como una rosa. Esta mañana me desperté a eso de las 8 con el dolor en las sienes que suele dejar el vodka. Me levanté, comí algo (poco) y luego me bebí un sobrecito de Espidifen 600mg. Después me metí en la cama a echar otro sueño y me he levantado como si anoche no hubiera salido. El Espidifen lo descubrió mi mujer creo que por un dolor de muelas, pero ahora mismo lo único que nos falta por probar es echarlo en las ensaladas. El Consejo General de Colegios de Médicos y los Colegios Oficiales de Farmacéuticos de toda España desaconsejan ostensiblemente la automedicación. Lo digo por que lo sepáis y no me vengáis luego con reclamaciones.

2 comentarios:

cambalache dijo...

En efecto, pensamos que estás mayor. Eso no es malo. Casi es peor no contarlo. Un saludo

Anónimo dijo...

Mayor y guapo.