domingo, 28 de diciembre de 2008

Cariño perruno

Quiero aprovechar estos momentos tan entrañables y estas fechas tan señaladas para mandar a tomar por culo a unos cuantos. Ya me he cansado de soportar seres despreciables a mi lado. De hecho, llevo tiempo demostrándoles a todas las personas a las que dedico este post que sus vidas me importan un carajo. Hablo de un tipo de persona muy concreto: las personas que fingen que son tus amigos, pero que en el fondo te desean lo peor, ese tipo de personas que se ponen de mal humor cuando saben que las cosas te van bien. A todos estos seres desgraciados que se hacen pasar por mis amigos y que no son nada más que cuervos a la espera de sacarme los ojos les digo que se acabó. Mi nuevo año va a comenzar sin ellos. Sin rencores. Si en algún momento de nuestra vida hubo algo entre nosotros, bueno o malo, ya está finiquitado. Es el momento de la despedida. Pero no con pena sino con alivio.

Después de muchos años conviviendo conmigo, observándome, analizando todos y cada uno de mis actos, me he dado cuenta de que quiero a quien me quiere y desprecio a quien me desprecia. Mi criterio selectivo a la hora de elegir amistades es el mismo que el de un perrito, que te quiere siempre que tú le des cariño. El problema es librarte de aquellos que un día quisiste de este modo y que ya solo tratas por costumbre. La amputación en este caso es la solución más razonable. Ya está bien de tanta hipocresía gratuita. Ambas partes saldremos ganando.

No creo que estos cuervos de los que hablo lean este blog. Me extrañaría, aunque alguno se pasará alguna vez para decir que mis textos son una puta mierda, que escribo patochadas que no interesan a nadie y que no me creo ni yo, y que sigo siendo un escritor de tres al cuarto. Si es así, es posible que alguno de ellos se reconozca en estas líneas. Espero que eso no les anime a intentar arreglarlo. Lo mejor es dejar que nuestra relación se vaya enfriando. No llamar. Esperar a que pase el tiempo. Hasta que seamos solo dos viejos conocidos que se saludan cordial y fugazmente cuando se tropiezan por la calle.

Yo prometo no echar de menos a nadie. Me he dado cuenta de que tengo muchos amigos y que, por lo tanto, es estúpido perder el tiempo con quien no se lo merece. De cualquier forma, este texto va dedicado solo a dos o tres personas. Aunque es cierto que, a partir de hoy, es posible que me ahorre también los saludos con esos conocidos insidiosos que sé que no me soportan a pesar de sus sonrisas de pega cuando la mala suerte nos hace coincidir.

Si no son capaces de entender este texto o de comprender mi cambio de actitud respecto a ellos, puede ser que terminen descubriendo que no sólo soy como un perro por mi forma de encariñarme con la gente. También puedo ladrar y dar mordiscos.

sábado, 13 de diciembre de 2008

La justicia universal

Los que habéis superado ya el umbral de los treinta años me entenderéis mejor.

¿A que os sentís bien cuando os tropezáis con ese calvo barrigón que no tiene novia ni casi amigos y que en los tiempos escolares os esperaba a la salida del colegio para soltaros un par de hostias? ¿A que sentís cierto regodeo al encontrar a la más creída e insoportable del instituto arrastrando algún crío insufrible, un culo gordo que no le cabe por la puerta y esos kilos de maquillaje que no pueden ocultar lo mal que está envejeciendo? ¿A que os hace gracia ver al macarrilla de los años adolescentes haciendo lo imposible por que sus vástagos se comporten como personas y le dejen tranquilo las horas que no está currando? ¿A que no podéis evitar sentiros bien cuando veis a todos esos capullos que un día os miraron por encima del hombro y se rieron de vosotros soportando sobre sus espaldas el peso de una vida de mierda? Sí. Incluso da igual si tu propia vida también es una puta mierda. Lo importante es que ellos no están mejor que tú.

Pues no creáis que sois malas personas por disfrutar con las desgracias ajenas, que esto no es como reírse de un cojo o de un retrasado mental. Ese inefable sentimiento de plenitud que sentís en ese instante es un chispazo de felicidad producido por una extraña y absurda certeza que nos asalta de golpe, la certeza de que existe una justicia universal que pone a cada uno donde se merece.

Pero no nos engañemos, ese sentimiento se desvanece pronto. A nuestro alrededor un montón de capullos, de trepas, de engreídos, de creídas, de hijos e hijas de la gran puta manejan un montón de pasta, ostentan cargos importantes, tienen trabajos envidiables y, para colmo, se conservan estupendamente. No existe una justicia divina o natural que nos premie o nos condene. Lamentablemente.

Lo que sí es cierto es que aquellos individuos que tuvieron su momento de gloria en la adolescencia con el tiempo se vuelven seres patéticos, acabados, ridículos, como muñecos maltratados y abandonados. Los que en la adolescencia solo tuvimos granos y problemas, sin embargo, estamos muy felices de haber dejado atrás todo ese lastre. Y solo el hecho de habernos librado de tanto peso nos hace esbozar una sonrisa.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Que se vayan todos los inmigrantes

Pues sí, después de darle muchas vueltas al problema de la crisis creo que lo mejor sería que se fueran los inmigrantes. Todos. Paradójicamente, acabo de llegar a la misma conclusión que el más cazurro de España. Sin embargo, mis razones van más allá de las del cazurro, que echa la cuenta de la vieja y piensa: "Si hay casi tres millones de parados y los inmigrantes tienen casi dos millones de puestos de trabajo, que se vayan todos y así reducimos el paro". No es tan simple.

Yo quiero que se vayan para que se callen de una vez todos los que no paran de pedir que se controle más la inmigración. Curiosamente suelen ser los mismos políticos que se llaman a sí mismo liberales y que pregonan a los cuatro vientos las virtudes del mercado libre. Mercado libre: libertad de comercio, libre competencia, arbitrio de las leyes de la oferta y la demanda, estado no intervencionista... Lo que no entiendo es por qué luego quieren que el estado intervenga para que controle la inmigración. No podemos creer en las leyes del mercado sólo cuando nos conviene. Si es verdad que el mercado se autorregula mediante la oferta y la demanda, no sé por qué no confían en él para que se autorregule la inmigración. Si se necesita gente para trabajar, vendrán inmigrantes. En caso contrario, dejarán de venir. ¿Por qué hay que vigilar entonces las fronteras?

En este punto además los defensores del libre mercado cuentan con el apoyo de casi toda la población. ¿Por qué? Porque nuestras perturbadas mentes de primer mundo con alardes de nuevo rico nos conducen a todos a tomar una postura intermedia que nos deje la conciencia tranquila cuando vamos a dormir: "A mí no me importa que vengan los inmigrantes, pero que vengan sólo los que hagan falta". Lo que traducido a un lenguaje más sincero e hiriente quiere decir: "Que vengan sólo los inmigrantes que necesitamos para abusar de ellos, para explotarlos y pagarles una miseria por trabajos que no quiere hacer ningún español". Pocos inmigrantes trabajan fuera de la construcción, la hostelería y el servicio doméstico. Pocos ganan un buen sueldo. Ya dice el refrán que ni sirvas a quien sirvió ni pidas a quien pidió.

Por todo eso quiero que se vayan todos los inmigrantes. Para no tener la sensación de que somos unos miserables y unos explotadores que se aprovechan de las miserias ajenas. Yo preferiría que se abrieran todas las fronteras del mundo y vinieran todos los que quisieran, pero como eso no lo van a permitir, que no venga ninguno. ¿Cuál es el criterio moral para permitir que unos vengan y otros no? O todos o ninguno. Demasiado arbitrario, demasiado injusto, si no es una redundancia decir que algo es injusto cuando ya es arbitrario.

Así que ya está: que se vayan todos. El populacho celebrará la medida y las personas con escrúpulos dejaremos de sufrir inútilmente. Pero vamos con calma, que esta operación no es tan sencilla. Hay que organizarse primero antes de tomar medidas apresuradas y de impredecibles consecuencias. Estamos hablando de unos cinco millones de inmigrantes. No podemos hacerlos desaparecer de la noche a la mañana sin tomar ciertas precauciones. Debemos pensar, antes de nada, en las consecuencias buenas y malas de esta decisión.

Entre las consecuencias buenas destaca sobre todo que nos van a dejar un montón de puestos de trabajos por cubrir, tanto legales como ilegales. La mayoría de los trabajos que desempeñan pueden realizarlos perfectamente los españoles: albañilería, hostelería, limpieza... Seguro que hay muchos españoles deseando ocupar esas plazas. Sólo en algunas profesiones echaremos de menos a los inmigrantes. Se me vienen a la cabeza dos: el fútbol y la prostitución.
Supongo que en el fútbol no tendremos ningún problema para rellenar las vacantes con las figuras nacionales que normalmente se ven relegadas a equipos de tres al cuarto por culpa de la inmigración. Lo de las prostitutas va a tener peor arreglo. Tendremos que hacer algo así como lo que hacían en la película "Amanece, que no es poco", que votaban quién iba a ser la puta del pueblo en las elecciones municipales.

En el lado negativo hay que contar de antemano con la desaparición de muchos puestos de trabajo. Muchos de nosotros tendremos que renunciar a nuestra profesión de forma altruista por el bien de la patria. Si se van cinco millones de personas van a sobrar profesores, médicos, arquitectos, agentes inmobiliarios, abogados... También habrá que cerrar algunos negocios, sobre todo tiendas. Muchas probablemente no tengan que cerrar, pero tendrán que reducir sus plantillas. Y en las fábricas pasará algo parecido.

Lo primero que se tendrá que decidir es el número de profesionales que van a tener que dejar sus empleos y el número de negocios que tienen que cerrar. A continuación, habrá que pedir voluntarios que quieran cesar en sus puestos por el bien del país. Estoy seguro que un montón de patriotas se sacrificarán de forma altruista. Qué importa tener que dejar un trabajo de arquitecto y trabajar de albañil si así salvamos España. O dejar la tiza y la pizarra para servir cañas detrás de una barra. Pensemos en el país antes que en nosotros mismos.

En el momento que estén claras las listas de renuncias por profesiones y el número de autónomos que van a cerrar sus negocios, podremos poner en marcha el plan de deportación masiva de inmigrantes. Y la repatriación será forzosa y sin excepciones.

Todo esto hay que estudiarlo bien antes de dar ningún paso. Yo me he erigido en consejero áulico, pero tiene que ser el gobierno el que con gente más preparada que yo desarrolle el proyecto.

Algunos puntos flojos que habrá que revisar:

1.¿Qué pasa con los inmigrantes ilegales? ¿Cómo impediremos que entren nuevos inmigrantes si muchos aprovechan un viaje turístico para atravesar nuestras fronteras? ¿Cómo impediremos que los delincuentes internacionales utilicen estas mismas vías para entrar en nuestro país? Pues habrá que estudiar la posibilidad de prohibir el turismo. La gente piensa que es fácil controlar la inmigración, pero no lo es mientras los extranjeros tengan derecho a atravesar nuestras fronteras con la excusa de ir de vacaciones.

2.¿Y qué pasa si la gente se niega a dejar su empleo voluntariamente? Pues que no podría llevarse a cabo el plan. En tal caso, insto al gobierno a que abra de par en par las fronteras, porque, como decía al principio, es injusto y poco ético permitir la entrada a unos y negársela a otros. Esa es la situación discriminatoria que tenemos en la actualidad y hay que poner remedio. Aunque solo sea por el respeto que le debemos a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Aquí dejo mi idea sin derechos de autor para quien la quiera aprovechar. Contribuyo así de forma altruista y desinteresada a subsanar los males de mi patria. Si se pone en marcha, espero que se abstengan de preguntarme si me presento voluntario para dejar mi trabajo. Creo que mi contribución a la causa es ya más que suficiente. Y además acabo de aprobar una oposición y no me parece lógico, después de tanto esfuerzo, poder disfrutar de mi puesto de funcionario tan poco tiempo.