jueves, 27 de noviembre de 2008

Qué bien pensado está el mundo: las religiones


De pequeño yo, como todos, vivía en un mundo mágico. Y no solo porque tuviera mi cabeza llena de seres fantásticos como el Ratoncito Pérez, el Coco y el Hombre del Saco, sino también porque los mayores me hablaban de un ser mucho más fantástico. Me refiero a Dios. Dios era la hostia. Estaba en todas partes y metía las narices prácticamente en todos los asuntos. Además tomaba notas. Tenía una libretilla (o una agenda electrónica, que para eso era Dios) y apuntaba todo lo que hacías. En dos columnas: las buenas acciones y las malas acciones. Se suponía que al final de tu vida te estaría esperando en algo llamado el Juicio Final y que allí te ajustaría las cuentas. Dependiendo de si el balance de tu vida salía positivo o negativo, te mandaría al Cielo o al Infierno, respectivamente. Y para los casos dudosos, o los que ni bien ni mal sino regular, estaba el Purgatorio, que era como el Infierno pero solo para una temporada. Porque el Cielo y el infierno eran cadenas perpetuas para toda la eternidad, que a saber lo que será eso: la eternidad. Aún hoy no soy capaz asimilar el significado de esta palabra.

Lo bueno que tenía la libretilla (o la agenda electrónica) de Dios es que se podía ir corrigiendo. Podías eliminar las cosas malas. Y además era bastante fácil. Sólo tenías que ir a contárselas a un metomentodo vestido de negro con alzacuellos que, a cambio de recitarle unos poemas a Dios -que te oía porque estaba en todas partes-, te perdonaba.

Dios, por otra parte, no estaba solo. Contaba con una banda increíble. Tenía un Hijo (que se le parecía tanto que a veces hasta los confundíamos) y una mujer, la Virgen, que era una y ahora son muchas y que también era la esposa de un tal José, que también era santo. Santos también había un montón, pero no todos eran José. Para casi todos los nombres había un santo (hasta para nombres como Cucufate o Sisenando). Y también había un palomo, un palomo que en un episodio se convertía en lenguas de fuego. Vamos, que lo del palomo no lo entendía ni Dios.

Todos los miembros de su banda estaban para echarte un cable si Dios no daba abasto, que bastante tenía muchas veces con ir apuntando las cosas en su libretilla (o agenda electrónica). Dios estaba para solucionar las cosas gordas y no para andarle molestando por un quítame allá esas pajas. Para las chorradillas y los asuntos de poca importancia estaban las vírgenes y los santos, y si no, los ángeles de la guarda, que eran una especie de seguratas celestiales que te ayudaban en los problemas cotidianos. Cada uno tenía el suyo particular. Había algunos que eran muy profesionales, pero otros eran un desastre total. El mío era regular tirando a flojo. Que me acuerdo de algunas putadas que no me merecía y que no supo evitar: hostiones con la bici, acosadores escolares que me perseguían, resbalones, patadas en las espinillas jugando al fútbol... En fin, que mi ángel de la guarda no estaba en lo que tenía que estar.

Dios tenía un enemigo terrible, el Demonio. Estaba siempre en busca y captura, pero tenía un montón de pasaportes falsos con nombres de lo más pintoresco: Diablo, Satanás, Belcebú, Lucifer... Además se podía transformar en lo que él quisiera, como Mortadelo. El Demonio siempre andaba poniéndote pruebas: te ofrecía experiencias interesantes, aventuras prohibidas y retos arriesgados y emocionantes. Lo único que quería era que Dios te pillara haciendo alguna tropelía para que te la apuntara en la lista de las malas acciones. El Demonio regentaba el Infierno y no quería quedarse sin inquilinos. Muchas veces, de todas formas, hacíamos cosas malas. No pasaba nada porque luego ibas al metomentodo vestido de negro con alzacuellos, se lo contabas y te las borraban.

Todo este mundo de ilusión empezó a resquebrajarse por culpa de los Reyes Magos. Los Reyes Magos también te ajustaban las cuentas, pero estos anualmente. Nunca supe si tenían su propia libretilla (o agenda electrónica) o es que Dios les pasaba una copia de sus informes. El caso es que el 6 de enero te hacían regalos cuya calidad era directamente proporcional a lo bueno que habías sido. La teoría siempre la entendí, pero nunca me cuadraba con la realidad: mis regalos siempre eran una castaña, independientemente de cómo me hubiera portado ese año. Muy pronto descubrí que eran un engaño de los padres. No sé si lo descubrí o ellos mismos me lo dijeron para excusarse de la mierda de regalos que me echaban. Desde muy pequeño me explicaron que no tenían dinero para comprarme regalos más acordes con mi comportamiento y mis notas. En parte se lo agradezco, porque, la verdad, no entendía que hubiese un montón de capullos que tuvieran unos regalos de puta madre mientras a mí sólo me dejaban una bolsa de comanches de plástico del mercadillo.
El descubrimiento del misterio de los Reyes Magos espoleó mi curiosidad. Quería descubrir más engaños y me volví muy atento. Analizaba todo lo que decían los mayores y observaba sus acciones. Me apasionaba descubrir contradicciones entre lo que decían y lo que hacían. La televisión también me servía para abrir los ojos. Y los libros de texto, porque nada tenía que ver, por ejemplo, lo que nos contaba el de Naturales con el de Religión, y eso me hacía recelar de unos y otros. Llegó un momento en que no pude aguantarme más y terminé mordiendo la manzana prohibida. Descubrí entonces caminos ocultos entre la maleza y llegué a sitios insospechados. Leí libros prohibidos, libros que cuestionaban la realidad de ese mundo mágico en el que me habían hecho creer que vivía (ríete tú de la Tierra Media de Tolkien). Por un momento me sentí como Jim Carrey en "El show de Truman". Toda mi vida era un fraude.

Ya no sé si me echaron del Paraíso o fui yo mismo quien salió por su propio pie. Lo que sé es que luego no pude encontrar el camino de regreso. Aparte de que ya no quería volver. Estaba resentido con todo aquello que dejaba atrás. Me habían estado tomando el pelo toda la vida. Como en el mito de la caverna, sólo me habían ofrecido sombras. Y ya estaba cansado de esa realidad tan trucada. Prefería la verdad, aunque fuera sórdida, cruel, aburrida y absurda.

Sin embargo, ahora que soy mayor empiezo a comprender que la gente no quiera abandonar su mundo mágico. Y que quieran que sus hijos y los hijos de sus hijos vivan en sus mundos particulares. Porque hay muchos mundos mágicos. Yo sólo viví en uno, pero ahora sé que los judíos, los árabes, los hindúes o los budistas viven en mundos distintos al que yo viví, mundos paralelos, igual de mágicos, igual de alucinantes.

Supongo que todos los fundamentalistas en el fondo son unos idealistas. Y todo lo que hacen es por una buena causa, para conservar su mundo de fantasía, algo así como lo que hacía Atreyu en "La historia interminable". Cuando pienso en los fundamentalistas no me refiero solo a los talibanes. También hablo de los opusinos, los kikos, los creacionistas y todos los radicales de las innúmeras religiones que existen. Por conservar su universo mágico son capaces de todo: manipular conciencias, tergiversar los conocimientos científicos, mentir a toda la humanidad, quitarle el dinero a otros por la fuerza o con engaños, torturar a los que ellos consideran herejes o matar inocentes si es preciso (afortunadamente no todos tienen que llegar a esos extremos). Es ley de vida: unos pocos tienen que pagar para que otros puedan vivir en su mundo maravilloso.

Hace poco he visto dos películas en las que se ve muy bien el sentimiento altruista que lleva a los padres a construir mundos mágicos para que sus hijos sean más felices. Hablo de "Camino" de Javier Fesser y de "El bosque" de Shyamalan. A los buenos padres no les importa hacer daño a otras personas si con eso salvaguardan el mundo mágico de sus hijos. Quien cree que son unos tarados no comprende que es su amor paterno o materno el que les lleva a cometer tales excesos.

Los fundamentalistas son personas que nos ofrecerían un mundo mucho mejor si fueran capaces de ponerse de acuerdo en el argumento de la ficción. Lo que no puede ser es que cada uno te cuente una cosa. Eso de que haya tantas religiones es algo que cuestiona la veracidad de todas ellas. Aparte de que los argumentos de todos los libros sagrados están llenos de contradicciones y errores de bulto. Hombre, por favor, que contraten buenos guionistas, que hay unos fallos de guion y de racord que echan a perder algunos argumentos que no están nada mal.

Las religiones no son malas porque ayudan a vivir a alguna gente en mundos más bonitos, pero alguien debería poner orden. Tendrían que inventar una religión-esperanto que le sirviera a todo el mundo por igual. Y que entre los guionistas se contratara a algunos científicos que ayudaran a crear una trama que la ciencia no estuviera todo el rato poniendo en tela de juicio.

Y para los que ya no podremos creer en ninguna ficción por muy bien que la pergeñen, que legalicen los alucinógenos y los subvencione la seguridad social.

7 comentarios:

Unknown dijo...

vengo del blog de Creatura, un placer descubrirte. La supuesta inocencia con la que explicas el mundo de la religión es sutil, satírica, en vez de caer en lo evidente y previsible. Consigues tu objetivo.

Como frase lapidaria de despedida:

volveré.

Rubén dijo...

Yo también vengo del blog de Creatura, tal vez porque soy el blog de Creatura hecho carne, o porque los creadores del blog de Creatura somos uno y trino. Y encima para colmo de males aún soy un ingenuo que cree en la ficción (porque si no lo hiciera quién iba a comprar tus libros, Félix). ¿Lo cubrirá la seguridad social?

Anónimo dijo...

Tranquilo, Rubén, lo de creer en la ficción no es nada malo. Ojalá yo siguiera viviendo en ese mundo tan flipante. No hace falta que vayas a que te lo miren.
Lo que no se puede soportar en el siglo XXI es que la gente se crea a pies juntillas lo que unos majaderos con sotanas quieren imponer desde el Vaticano. La gente creyente de ahora suele ser como a mí me gusta: creen en Dios, pero a su manera, según su imagen y semejanza (en este caso la de cada creyente). Los creyentes sois creyentes porque no tenéis otra opción. Y los no creyentes lo somos por lo mismo. Lo que no se puede nunca es dejar que nos tomen el pelo. Sin ningún tipo de broma he escrito: "Las religiones no son malas porque ayudan a vivir a alguna gente en mundos más bonitos". Lo único malo son esas instituciones que se creen poseedoras de la verdad absoluta y se aprovechan de los creyentes y los manipulan.

Anónimo dijo...

...¡y tan bien pensado que está todo!..

http://zeitgeist2byroman.blogspot.com/

...parece que te han descubierto Félix Chacón y se van uniendo al baile de las máscaras venecianas aunque desvelen su alter alter ego...

una buena hora para escribir 11.00

Sintagma in Blue dijo...

Magnífica tu propuesta de la religión-esperanto.

Eres genial.

cambalache dijo...

Por un descuido imperdonable no había añadido en mi blog tu enlace. Una injusticia ya subsanada. Bueno amigo, vuelvo al tajo literario que empiezo a estar de la novela hasta los atributos o cojones que diría el alcalde de Getafe. Un abrazo

Begoña Gamonal Flores dijo...

Lo que me has hecho reír este sábado mientras me tomo la hostia sagrada del café!!:D.
Ironía a flor de piel. Un descubrimiento tu blog, sigo explorando.