domingo, 28 de septiembre de 2008

Poetas en la noche

Hace unos días tuve una noche de esas que hace siglos evitaba. Estuve hablando de temas culturetas y estilísticos con otros escritores. Salió casi sin yo querer. Surgió sin que pudiera evitarlo. Y luego me fui a mi casa pensando en un libro de José María Fonollosa: Poetas en la noche.

Ya hace bastante tiempo que lo leí, pero recuerdo que me impresionó mucho. Es una novela en verso, género abandonado desde tiempos inmemoriales (afortunadamente). No sé en qué oscura borrachera se le pudo ocurrir a este genio maldito escribir en endecasílabos blancos la historia de un grupo de poetas que se reúnen por la noche en la Barcelona de los años sesenta. A priori el argumento puede parecer poco atractivo, pero merece la pena hacer el esfuerzo. El libro es una rara avis en la poesía de la segunda mitad del siglo XX. No deberían dejar de leerlo todos aquellos que quieran ser escritores o artistas en general.

Poetas en la noche nos descubre las rivalides, los odios y las envidias que existen entre los miembros de un grupo de jóvenes poetas. Es un libro evidentemente de desengaño. Es posible que eso fuera lo que Fonollosa sacara en claro de las reuniones de escritores antes de convertirse en el outsider de la poesía castellana, en un solitario francotirador.

El libro tiene algunos versos defectuosos porque su autor nunca terminó de corregirlo, pero eso no le resta ningún valor. Yo me sentí muy identificado al comparar ciertas vivencias mías de mis tiempos universitarios con las situaciones de la historia de Fonollosa. Tras mi paso por la universidad, terminé escarmentado de todo tipo de reunión de carácter literario. El escritor es un lobo para el escritor. Dos escritores juntos suelen ser dos mundos enfrentados. Contraste de visiones. Choque de galaxias. Aparte de los inevitables celos que tus compañeros te van a profesar si las cosas te van bien, me refiero a editorialmente. O las putadas que te pueden hacer para ayudar a que te vayan mal. Algunos grupúsculos de amigos creadores funcionan, pero eso sólo pasa cuando existen intereses compartidos (y aquí hay que entender interés según la siguiente acepción del diccionario: conveniencia o beneficio en el orden moral o material) o tráfico de influencias. Muy rara vez puede surgir de una sana amistad sin más.

A lo mejor es incapacidad mía, no sé. Yo nunca he funcionado bien dentro de ninguna agrupación de este tipo. Como ya he dicho, hice en su día varios intentos y siempre salí malparado. Por eso aborrezco discutir sobre posturas estéticas. Sobre todo si hablo con escritores, especialmente si son de mi generación. Si alguna vez comparto ratos de ocio con otros escritores no suelo hablar nada más que de cosas intrascendentes, de nimiedades, de gilipolleces. Para alternar es suficiente.

Me pasa con la cultura lo mismo que con la politica: solo hablo de cultura o política cuando estoy seguro de que mi interlocutor está totalmente de acuerdo de antemano con lo que voy a decir. Me he convertido en el personaje de ese chiste al que le preguntan que por qué es tan viejo y responde que porque nunca le ha llevado a nadie la contraria. Su interlocutor le espeta que no puede ser por eso. Y el hombre viejo y sabio concede: "Pues no será por eso". Eso mismo digo yo con tal de no discutir.

Pero la otra noche coincidí con otros escritores con los que compartía amistades y por intentar ser simpático –eso creo, porque ni siquiera iba borracho- me metí en camisa de once varas. No se me ocurrió otra cosa que ponerme a hablar sobre posturas estéticas. La verdad es que pensaba que lo que decía era de cajón, para hablar por hablar y pasar el rato. Pero de repente me vi envuelto en una controversia de la que tardé un buen rato en salir. Yo creo que me llevaban la contraria porque sí, porque mi cara lo pedía a gritos, porque era ese desconocido que te da por culo y no sabes muy bien por qué. Lo de la atracción y el rechazo que sentimos hacia otras personas suele ser algo irracional. Especialmente si se trata de personas que acaban de conocerse.

En fin, creo que en un momento dado, sin ser capaz de sujetar las riendas de la conversación, llegué a ponerme pedante. También me recuerdo en un momento especialmente borde (le dije a una tipa que si pensaba lo que pensaba era porque no había leído lo suficiente).

No hicimos buenas migas, no. A pesar de que fuera esa mi intención de partida. A pesar de que al final, cuando me di cuenta de que estaba consiguiendo justo lo contrario de lo que buscaba, intenté contemporizar, concedí, dije que estaba de acuerdo con ellos e incluso alabé ciertos textos de la misma tipa a la que un rato antes había acusado de poco leída. Sí, de acuerdo, me bajé los pantalones. Quería que me dejaran beberme mis cañas en paz. Ay si me hubieran pillado hace unos años, cuando era más puñetero. Les hubiera pateado el culo. Metafóricamente hablando, por supuesto.

Pero ahora quiero llegar a viejo y me aburren los enfrentamientos verbales, me cansan nada más empezar porque sé que tanto esfuerzo no lleva a ninguna parte ni merece la pena. Y que si quiero vivir tranquilo es mejor que me aleje de las víboras. Entablar relación con otros escritores solo me serviría para hacer gremio, pero dudo que eso me trajera algo más que rivalidades, odios y envidias.

Todo tiene su lado positivo. Ya he recordado por qué dejé de acercarme a los cenáculos literarios y por qué dejé de hablar de cosas trascendentes con otros escritores. Y además me he dado cuenta de que ha llegado el momento de releer "Poetas en la noche". Para no olvidar la lección.